La cercanía a la universidad de alguna manera disminuía nuestra urgencia de que los de Telmex hicieran el cambio de domicilio, pero lo cierto era que las noches y los fines de semana nos aburríamos tanto que preferíamos salir.

(Podría hacer un apartado especial para las reacciones de Poké cuando veíamos pasar a algún técnico de Telmex, pero no será tan divertido como lo es en mi mente o la de cualquier otro testigo directo.)

Mis reuniones con mis amigos se habían vuelto muy a la King of the Hill, solo que sin cerveza: todos congregados afuera de la pocilga hablando de cuanta cosa nos viniera en mente.

Un día se nos acercó un sujeto desconocido, definitivamente no tenía pinta de estudiante ni tampoco de friki, sino más bien como un discípulo de Daddy Yankee (?). Y tan súbita como su aparición, nos lanzó una inesperada pregunta:

«¿De casualidad ustedes están buscando casa?«

Lo cierto es que no estábamos activamente buscando, pero más cierto aún era el hecho de que no nos encontrábamos a gusto, y que cualquier oferta que llegara tocando la puerta sería digna de considerar.

Le preguntamos sobre la dichosa casa, a lo que nos respondió que estaba a unos pasos de ahí, que si gustábamos lo podíamos acompañar para verla.

En otra zona, a otra hora, o incluso en menor compañía tal vez habríamos dicho que no; pero accedimos.

La casa estaba, tal como nos había prometido el sujeto, a unos pasos de donde nos encontrábamos. Era de buen tamaño, buen precio y hasta con un patio trasero con su propio limonero.

Ahí nos encontramos con una chica seria y un voluminoso señor de aspecto bonachón. Ella se presentó como dueña de la casa, y él como su padre. Nos informaron más a detalle sobre la casa y sobre el trato que estaríamos a punto de hacer.

Al tratarse de estudiantes, según dijo el señor, y ya que solo éramos tres, la renta no sería tan elevada, pero nos comentó que si se llegaran a integrar más personas nos aumentaría la mensualidad a partir del quinto integrante. No vimos ningún problema en esa condición, considerando nuestras anteriores experiencias con otros roomies, tres era un número ideal.

Accedimos, esta vez me tocó a mí firmar el contrato de arrendamiento.

Por primera vez no necesitamos de una mudanza como tal, por la absurdamente corta distancia que había entre la pocilga y esta nueva casa, sin embargo sí pedimos la ayuda de Pablo para rescatar un par de cosas que dejamos en casa de una amiga de mi madre cuando lo del cubil se disolvió: una lavadora y un archivero.

El señor bonachón nos preguntó si queríamos conservar sus viejos sofás, porque ellos ya de plano pensaban en tirarlos. Dijimos que sí, ya que la sala tenía buen tamaño y nosotros carecíamos del dinero necesario para llenarla de muebles por nuestra cuenta.

(7) Ya era oficial, teníamos una hermosa casa, tan hermosa que en un inicio habíamos decidido no ponerle más apodos, solo era «la casa»… nuestra casa. Con unos sofás feos y mugrientos, un refrigerador que había pasado casi tantas peripecias como nosotros, y una lavadora vieja.

Tendríamos como vecinos a los ex-roomies de Toño, y a unas chicas que desde que visitábamos a Toño en su antigua casa, no pasaban desapercibidas para ninguno de nosotros.

En gran parte todo se sentía como en el cubil, solo que mejor.

Por otra parte, la tiendita que antes cuidaba una señora con pinta de orco ahora era administrada por un par de señores (seguramente compadres de borracheras) que parecían haber disfrutado bastante de sus años mozos, y con toda seguridad lo seguían haciendo.

Reportamos una vez más nuestro cambio de domicilio con Telmex esperando que esta vez, al tratarse de una casa hecha y derecha, sí encontraran la dirección y acudieran a instalarnos de una vez por todas.

Mientras tanto, empezamos a depender de la conexión de Vicho (el ex-roomie de Toño), lo que hizo que yo despreciara por completo mi cuarto y prefiriera pasar todo el tiempo en la sala (dado que la señal no llegaría más lejos que eso). Ahí hice uso de mi súper poder que me permitía dormir en las posiciones y lugares más incómodos, y me adueñé de uno de los sofás para hacerlo mi cama, mi silla, mi refugio.

No recuerdo ni cómo habíamos repartido los cuartos, porque yo empecé a usar el mío solo como bodega.

Poké hizo casi lo mismo que yo, e instaló en la sala su laptop (convertida a la fuerza en PC por obra de Frank), aunque él seguía prefiriendo dormir en el cuarto.

Teníamos visitas casi todo el día, era la casa en la que más visitas habíamos tenido. Siempre había gente, al grado de que nos habló el señor, ya no tan bonachón, reclamándonos que le estábamos viendo la cara porque presuntamente no vivíamos solo tres personas ahí. La situación se calmó cuando le aseguramos que nadie además de nosotros tres vivía realmente ahí, que incluso podría ir a ver la casa y no encontraría ni siquiera tres camas en todo el lugar.

Unas semanas después recibimos una llamada de la arrendadora, diciéndonos que mandarían a pintar la casa por fuera en los próximos días. Solo era en plan de aviso, puesto que no tenían intención alguna de pedirnos nuestra opinión sobre ese horrible color rosa del que querían pintar nuestra querida madriguera.

Nuestros amigos no tardaron en adjudicarle el nombre de «cubil» a esta casa, supongo que usar el nombre «la casa» era bastante ambiguo para usarse de referencia, y hasta cierto punto nos alegramos de que no empezaron a llamarla «la casa rosa».

Poco a poco la contraseña de la red de Vicho se fue propagando por todos nuestros visitantes, hasta el momento en que nuestro querido vecino se hartó y nos bloqueó, por lo que tuvimos que negociar el acceso, por lo menos para nosotros tres. Por supuesto, esto no nos iba a salir gratis, así que al final cancelamos lo de Telmex y empezamos a cooperar a la renta de la conexión de Vicho.

Otra de las consecuencias de tener tantas visitas fue la desaparición del Nintendo DS de Diego y el iPod de Poké. Dado que ya no había un Frank al cual culpar de todas nuestras desgracias, imaginamos que una entidad extraña llamada «el culero» era responsable de todo lo malo que nos pasaba. No estábamos interesados en saber quién (o quiénes) era «el culero», de alguna manera había que tratar esos temas con humor en vez de empezar a sospechar de las personas a las que consideramos nuestros amigos.

Pero aún estábamos por descubrir la peor de las consecuencias de concentrar tanta gente en un mismo lugar…

Continuará…

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