Todo era paz y tranquilidad en la casa…

Vivir ahí era incluso más cómodo que en el cubil original, y supongo que irnos a visitar también lo era. A tal grado que empezamos a tener como invitados a los amigos de nuestros amigos y uno que otro compañero de clases, ya sea para escuchar la sarta de pendejadas que discutíamos día con día, o incluso por motivos meramente educativos (ya saben, como copiarse una tarea).

Por supuesto, en nuestra universitaria austeridad nos eran bastante convenientes las visitas, pues eso implicaba que nos tocaría cooperar menos cuando decidiéramos comprar algo de comer para todos los presentes.

No faltará la persona que hoy en día siga sin saber de quién diablos era esa casa en la que pasaban sus horas libres durante la universidad, ya que muchas veces mis roomies y yo tratábamos de mantener un bajo perfil. Pese a ello, podría considerar que nuestro más exhaustivo ejercicio social se dio en ese lugar. Ahí se formaron muchas amistades, una que otra relación de pareja, y también algunos dramas, rupturas y presuntos intentos de suicidio.

Entre nuestros invitados más frecuentes estaban Yuzz y su novia Tere, a los que conocimos gracias a Emmanuel.  Un buen día llevaron una hamaca a la casa, que colgaron entre el limonero y la herrería de una ventana, y aunque usualmente eran ellos mismos quienes la ocupaban, en más de una ocasión se volvió punto de reunión para pláticas serias entre dos o tres personas, e incluso una que otra «intervención». Si ese limonero hablara, no se imaginan la cantidad de situaciones incómodas que nos podría narrar.

Dada la mala relación que históricamente he llevado con las novias de mi mejor amiga Crystal, en ese momento de mi vida intentaba llevarme lo mejor posible con las parejas del resto de mis amigos, ya que por las gracias de una de estas susodichas, Crys y yo llevábamos ya medio año sin hablarnos.

Tal vez eso fue lo que me llevó a invitar a la novia de Napoleón, Vania, a vivir con nosotros tras contarnos la «trágica historia» de su vida, historia que terminaba en que sus ~malvados~ caseros la trataban muy mal, la juzgaban por todo, e incluso la querían correr. Yo la tenía en concepto de «luchadora», que buscaba la forma de salir adelante frente a cualquier adversidad, sabía de sus ocasionales trabajos de niñera y que de vez en cuando llevaba dulces para vender en la escuela.

En cierta forma todo esto la separaba de los terribles «personajes» con los que nos habíamos topado en el primer cubil.

Les expuse el tema a Toño y a Poké, y ambos accedieron de buena gana. Solo quedaba ver qué haríamos respecto a los cuartos: lo lógico era que ellos dos se quedaran en uno, y ella en el que yo únicamente usaba como bodega (pues ya llevaba varios meses durmiendo plácidamente en la sala). Y así se hizo.

Vania se integró de maravilla con la mayoría de los «cubileros», incluso me atrevía a decir que empezaba a tener su club de fans, entre ellos Rolando, Rodrigo, Manuel, y en cierta medida parecía que también Emmanuel.

Fue en esa misma época que Emmanuel tuvo la idea de llevar su XBOX y los instrumentos de Rock Band a la casa, dotándonos de una pinta todavía más a la The Big Bang Theory (ugh!), por si tres roomies socialmente ineptos (uno de ellos presuntamente aspie) y una chica depresiva no eran suficiente para el factor comedia.

Un día recibí la noticia de que uno de los pocos amigos de Córdoba que aún me quedaban estaría de visita en Veracruz, y cuando nos vimos me traía como obsequio unos antidepresivos de los que alguna vez hice uso [y abuso].

Dado que en la casa el junkie por excelencia era Poké, le ofrecí las pastillas, a ver si eran material para un trip. Al final fue nuestra nueva protagonista Vania quien aparentemente se había tomado varias y andaba como loca por la universidad, preocupándonos a todos y haciendo que los más moralfags de nuestros amigos nos regañaran por dejarla tomarse esas mierdas (aunque en realidad lo había hecho a nuestras espaldas).

Por otro lado, los problemas entre Vania y Napoleón se hacían cada vez más frecuentes, entre que si eran por los amigos, por la mamá, o por otras cosas muy personales de ellos dos. Finalmente ella empezó a tener sus queveres con Poké, cosa que además de parecerme de pésimo gusto por parte de ambos, a mí me ponía en una situación incómoda, pues de alguna manera yo fui quien lo propició eso al poner bajo el mismo techo a un amigo de pocos escrúpulos y a una chica que, como mínimo, era emocionalmente inestable.

La inestabilidad emocional de Vania se notaba en sus cicatrices autoinfligidas. Hubo una vez en que ella estaba muy triste, y fue al limonero a cortarse…

He de admitir que soy una persona muy morbosa en temas de sangre y muerte, pero una anécdota de mi madre me dejó marcado de por vida respecto al tema del suicidio: me contó la historia de una vecina con la que tuvo muy poco contacto, pero que un día la llamó pidiéndole tiempo para platicar, mi madre le dio el avionazo y no acudió a su llamada. A los pocos días supo que esta vecina se había suicidado.

A mis ojos, mi madre era en cierta forma «culpable» de lo que le había pasado a la vecina, y aunque su valemadrismo le permite seguir su vida sin pensar en eso, yo no me creía lo suficientemente fuerte para cargar con un peso semejante.

Así que salí a hablar con Vania y convencerla de que no hiciera ninguna locura.

Hoy en día sigo sin saber si ella realmente tenía pensado suicidarse o solo intentaba llamar la atención, pero me hubiera encantado no haberla detenido de lo que sea que iba a hacer.

En cierta ocasión Poké y yo nos pusimos a debatir sobre los efectos de algunas sustancias, y lo conveniente que podría ser inhibir el deseo sexual a voluntad, dado que las mujeres eran (directa o indirectamente) la causa de la mayoría de nuestras anteriores desgracias.  Al final Poké estaba totalmente convencido de que sería buena idea aprovechar que yo tenía un sobre con sal de nitro para evitarse los problemas que, tal vez, presentía que estaban por ocurrir.

Vania entró en escena y le arrebató a Poké el sobre. Lo siguiente que supe fue que la puerta de uno de los cuartos estaba cerrada, con ellos dos adentro.

Después de un tiempo Vania y Napo por fin cortaron y al poco rato ya se le veía más abiertamente como pareja de Poké, aunque tampoco con él parecía que las cosas estuvieran exentas de problemas.

Los cambios de ánimo de la chica siempre venían seguidos por una plática con alguno de los miembros de su club de fans, de esas pláticas donde ellos son los valerosos caballeros blancos que juran defender a la damisela en apuros.

¡Oh! ¡Una epifanía! Creo que ya había vivido algo semejante, con la pequeña Rossi, afortunadamente esta vez no me había pescado a mí, tal vez porque yo tenía un crush con alguien más, o porque sería muy estúpido de mi parte caer en los juegos de otra serpiente de la misma especie… otra «bruja de metro y medio».

Sin embargo, el daño ya estaba hecho, de alguna manera Vania había logrado romper con la bonita armonía que teníamos. Incluso Toño resultó afectado, ya que por alguna razón que nunca me atreví a preguntarle, las heridas autoinfligidas de Vania lo ponían muy mal.

En más de una ocasión discutí con ella, incluso la llegué a tener contra la pared, pese a lo poco caballeroso que esto suene, pero lo cierto es que ella no era ninguna dama. Obviamente me detuvieron, por lo que al final yo era el malo, o simplemente estaba loco como Don Quijote, viendo enemigos donde realmente no había nada.

Me dije a mí mismo que solo el tiempo me podría dar la razón.

Llegadas las vacaciones ya no había tanta gente. Toño estaba cada vez peor y mi amistad con Poké también había empeorado desde aquel día en que él y Vania se empezaron a revolcar.

En lo académico tampoco había sido mi mejor semestre, así que a los pocos días fui a casa de mis padres para olvidarme de todo por un par de semanas, solo para encontrarme con la sorpresa de que tendríamos que hacer algunos ajustes, pues la economía familiar seguía empeorando.

Continuará…

3 thoughts on “Contrato por 6 meses (parte VII)

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