Un día saliendo de la escuela tuve una plática con Eder, uno de los involucrados en el proyecto de nuestra «casa de estudiantes».

«Tal vez me oiga mal diciéndolo, pero no confío en el compromiso de todos. Y si he de decirte nombres, lo haré: estoy seguro que los primeros dos en desertar serían Hugo y Abigail.«

Llegó el día en que firmaríamos el contrato de la renta de la casa, un peso muy grande para una bola de informales estudiantes, pero Toño y su abuela se hicieron cargo en lo legal. La otra firma, la del dueño de la casa, venía de la mano de una señora con estereotiopada pinta de vecina argüendera. Nadie reparó en ello, tampoco yo.

Ya era oficial, teníamos una casa a nuestra disposición.

(4) Entramos, todo se veía en perfectas condiciones salvo por los obvios estragos que deja el desuso. Pero una barricada de polvo y telarañas no nos podría detener, pues nosotros nos encontrábamos con la entera disposición para empezar bien las cosas, así fuera con escobas y trapeadores.

Eder llevaba rato acosándonos con la pregunta «¿cómo llamaremos al cubil?», y fue solo cuestión de tiempo para que esa pregunta se convirtiera en su propia respuesta. Cuando nos dimos cuenta, ya conocíamos a la casa como «el cubil«.

Las dos habitaciones de la planta alta fueron asignadas sin inconformidad alguna: Fernando, que en realidad no parecía encajar del todo con nosotros, tendría su pequeña y modesta habitación para él solo. Y la habitación más grande podríamos compartirla Toño y yo sin problemas. En cuanto al baño y la planta baja, ya sería responsabilidad y privilegio de todos.

Los gastos se iban a dividir de una manera muy sencilla: Fernando, Toño y yo pagaríamos cada uno $500 de renta (puesto que nosotros viviríamos ahí), mientras que los demás aportarían $200 por cabeza. Por otro lado, los servicios y la despensa se cubrirían entre todos para evitar posibles limitaciones o reclamos a un aportador «menor», de acuerdo a mi argumento. La administración del dinero correría a cargo de Abi, pues eso le daba a ella una sensación de control y autoridad, mientras que al resto nos concedía el alivio de no cargar con responsabilidad alguna sobre las cuentas.

Todo estaba cubierto, incluso las comidas, pues habíamos formado cuatro grupos para hacernos cargo de la cocina. Lucía prometedor.

Y aunque de profeta no tengo nada, al segundo mes Hugo se estaba atrasando con su aportación, y otro mes más tarde nos confesó que ya no «podría» continuar en el proyecto. Los pagos se ajustaron a la «gran pérdida», pero nuestras vidas seguirían adelante…

También eran de esperarse inconformidades sobre el disparejo esfuerzo (y capital) invertido a los deberes, así como ciertos episodios de reclamos un tanto idiotas, la mayor parte de ellos cortesía de Abigail.

Fue uno de estos dichosos episodios el que me hizo cambiar de postura, pues Abi en su afan por «gobernarnos» a todos, se vio a sí misma con el derecho de reclamarnos el estado de nuestro cuarto. «Ya limpien este mugrero«, dijo la insensata, «mañana se va a limpiar este cuarto, así que si no quieren que se tire algo, pónganse a recoger de una vez«. La sala debía ser el lugar de convivencia, pero todos preferían la fodonga comodidad de un cuarto con dos camas… y aire acondicionado. A mí no me molestaba realmente el carecer de privacidad en mi habitación, y al parecer a Toño tampoco, pero, ¿recibir un reclamo acerca del cuarto? …sí, ese mismo cuarto que hacía la diferencia entre nuestras aportaciones económicas. ¿En qué estaba pensando esa mujer?

Al final cada uno hizo lo que le vino en gana, pero yo empezaba a imaginar un mundo feliz con Abi fuera de la ecuación.

Las informalidades empezaban a hacerse más presentes, y en un intento por hacer que todo siguiera funcionando empezamos a agregar gente a la tripulación.

Curioso fue cuando nuestra estimada cobradora se empezó a atrasar ella misma con sus aportaciones, y su manera de disimularlo  había sido no presionarnos a los demás por nuestro pronto pago. Por supuesto, el mundo exterior no iba a bajarse a nuestro ritmo, y esa presión que Abi no ejerció la terminaron haciendo más bien nuestros cobradores.

No tardó en llegarnos la noticia de que Abi abandonaría el barco «temporalmente» y «por problemas personales».

Los problemas no cesaron, nuestro «ecosistema» ya estaba lleno de vendas y parches cubriendo huecos cada vez más numerosos y más grandes. En un abrir y cerrar de ojos nos encontrábamos Toño, Fernando, Flavio, Eder y yo cargando con las responsabilidades de la casa, con ayuda de Carolina, nuestra única buena «adquisición».

Todo se remitía a lo que yo había pensado en un inicio: donde no hay necesidad, seguramente tampoco habrá compromiso. Les di el beneficio de la duda (por supuesto, si en ese entonces hubiese conocido a los jarochos tan bien como hoy en día, NUNCA me habría aventurado a recibir una copia de aquellas llaves).

Tras una serie de problemas personales conmigo, Eder dejó de fingir seriedad, y huyó como cobarde, después de todo él tenía casa en la ciudad, igual que el resto de nuestros malditos desertores.

Mi amigo Poké, que se había quedado en el cubil en más de una ocasión, nos llegó con la noticia de que sacaría ficha para el Tecnológico. Si sobrevivíamos a nuestro apocalipsis personal, ya tendríamos un nuevo miembro.

La dueña de la casa hizo acto de presencia, no nos renovaría el contrato pues ahora planeaba ocuparla. El cubil estaba a punto de desaparecer, un año era todo lo que nos habría durado el «gusto».

Flavio y Fernando también terminaron yéndose, aunque ante un escenario tan decadente ya no se le podía llamar cobardía sino cordura.

Fue entonces que me puse a reflexionar: nada de lo ocurrido me había sorprendido, todo era una secuencia lógica de eventos. Recordé que ya lo había previsto, y sin embargo acepté porque tenía la misma garantía que todos ellos, bueno, todos menos Toño: la garantía de poder abandonar el barco como las ratas, sin mirar atrás.

Sin embargo no me sentí capaz de hacer tal cosa.

En los pocos momentos que teníamos para bromear, Toño y yo imaginábamos nuestra siguiente casa, una más pequeña, a la que llamaríamos «el cuchitril», y que habitaríamos solamente Poké, él y yo.

Continuará…

4 thoughts on “Contrato por 6 meses (Parte III)

  1. Me gustaba esa casa 🙂 …..buuu hasta ahorita casi casi has pasado 1 casa por año en el tiempo que andas aki XD….caracolito jajaja

  2. Muy buena anecdota!!!!
    Me ha encantado leerla, que tiempos has pasado xDDD
    Ojala pronto postees lo que sigue.
    Espero ya esten viviendo en el cuchitril n_n

    Saludos desde la capital ( vaya lugar xD)

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